Para cumplir con los objetivos de aumentar la producción y, así, alimentar a un mundo cada vez más habitado, la frontera agropecuaria se expandió, en algunos casos, hacia zonas con riesgo hídrico.
Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Argentina se ubica en el décimo lugar de países con más superficie cultivable. Pero, ¿cuántas de estas hectáreas se ubican en zonas de riesgo hídrico con posibilidades de anegamiento e inundación? ¿Todos los suelos son inundables? ¿Cuánto influyó la expansión de la frontera agropecuaria para aumentar la producción y alimentar, así, a un mundo cada vez más habitado?
Miguel Taboada –director del Instituto de Suelos del INTA Castelar– fue contundente y aseguró: “Alrededor de 40 millones de hectáreas de nuestro país son anegables y el 43 % de estos suelos se encuentran en la Pampa Húmeda, el 34 % en el Chaco y el 23 % en la Mesopotamia”.
“En los últimos 25 años, el área agrícola sembrada creció unas 13 millones de hectáreas y este corrimiento de la frontera agropecuaria fue, en muchos casos, hacia zonas con riesgo hídrico”, señaló Taboada quien, además, explicó que estos suelos en riesgo pueden reconocerse por sus colores, la presencia de moteados de hierro, la capa freática cerca de la superficie, entre otros rasgos.
“Mediante estudios, podemos predecir un anegamiento o inundación en un campo pero, lo realmente difícil de determinar es cuándo va a suceder”, sentenció.
En esta línea, el especialista subrayó que existen otros factores que agravan la situación –ya complicada por el cambio climático– tales como la urbanización sin planificación, la deforestación, el monocultivo y los procesos integrados a nivel de cuencas, que generan un preocupante estado de vulnerabilidad.
Ya lo dijo la ONU en una nota reciente: “En las próximas décadas, la Argentina enfrentará –principalmente– desastres por amenazas naturales relacionadas con tormentas de marea, sudestadas e inundaciones causados por fenómenos hidrometeorológicos que representarán pérdidas tanto en las zonas urbanas como en las rurales”.
En esta línea, el jefe de la Oficina Regional Las Américas de la UNISDR –Ricardo Mena– explicó que “este mayor nivel de exposición se debe al crecimiento y a los procesos de expansión y urbanización, sumados a las características propias del país” y sentenció: “Urge una gestión del riesgo de desastres climáticos”.
Qué hacer
Para Taboada es tan necesario un ordenamiento territorial a escala nacional como que el productor conozca sus suelos y sus ambientes para así poder decidir qué tipo de producción agropecuaria elegirá y cómo la realizará.
Además, destacó la importancia de la implementación de buenas prácticas de manejo tales como la rotación de cultivos. “Así, evitaremos que un solo cultivo consuma 500 milímetros de agua al año y deje hasta 1.000 milímetros de agua ociosa proveniente de las lluvias que recarga los acuíferos”.
Otra recomendación es el retorno a los sistemas mixtos en los que se integre a la agricultura con la ganadería mediante un manejo racional del pastoreo.
Un problema multifactorial
De acuerdo con Taboada, se trata de “un problema multifactorial” en el que el clima ocupa el primer lugar: “No hay suelo ni sistema productivo capaz de captar los eventos extremos de lluvias”.
“No existe obra de infraestructura que evite una inundación cuando se precipitan 200 milímetros de agua de lluvia”, aseguró Taboada y, en contraposición indicó que “sí ayuda el mantenimiento de los caminos, las obras que limiten los escurrimientos a las partes bajas, sobre todo en zonas con pendientes”.
Más allá de esto, existen factores en los que el productor puede influir tales como el buen manejo del suelo mediante la implementación de cultivos de cobertura y su rotación. “Estas prácticas contribuyen a aliviar el problema, aunque no evitarlo”, indicó.
En este sentido, ponderó los beneficios de la siembra directa en el cuidado del suelo: “Si siguiéramos con prácticas de labranza convencional ya no tendríamos suelos productivos en la Argentina”.
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