La actividad en confinamiento genera entre 20 y 25 litros por día de efluentes, que pueden contaminar o integrarse a la cadena productiva. Su manejo reunirá mañana jueves en Rafaela a especialistas nacionales e internacionales.

Aplicar desechos orgánicos al suelo es el método más económico para recuperar sus nutrientes. Al mismo tiempo, tratarlos es esencial para evitar el deterioro del ambiente, frente a los volúmenes de efluentes que deja la producción porcina en sistemas de confinamiento.

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Por su potencial como insumo agrícola, la Primera Jornada Nacional de Gestión de Residuos Pecuarios, que se realizará este jueves en el INTA Rafaela –Santa Fe–, abordará la gestión integral de los desechos porcinos, bovinos y avícolas, de utilización aún escasa, por desconocimiento sobre el modo de tratarlos.

Nicolás Sosa, técnico del INTA Rafaela y miembro del grupo organizador de la jornada, aseguró que “la aplicación de residuos orgánicos al suelo es el método más económico y constituye uno de los mejores ejemplos de reciclaje de nutrientes”.

La falta de manejo de los desechos implica una fuga de energía y nutrientes y, a la vez, el deterioro ambiental. “La intensificación y concentración de la producción en los sistemas pecuarios argentinos, trae aparejado el problema de la generación y acumulación de efluentes y residuos sólidos”, comentó. Por eso, el objetivo es eliminar o disminuir la carga de contaminantes para garantizar una disposición final sin ocasionar daños y, además, para su aprovechamiento como insumo productivo.

En el caso de los desechos porcinos, Darío Panichelli, del INTA Marcos Juárez, señaló que la problemática fundamental “se plantea en un sistema productivo que es el confinamiento”, bajo el cual, en la Argentina, se realiza casi el 40% de la actividad. Además de las deposiciones de los animales, la actividad insume mucha agua para la limpieza y para las fosas donde se contienen las heces y la orina.

“Tenemos que trabajar fuertemente en los criaderos que están en vías de desarrollo en la Argentina”, advirtió Panichelli, para llegar a un agua de vuelco que se pueda aprovechar para regar o biofertilizar o, en caso de no reutilizarla, volcarla sin ocasionar daños.

Aprovechar recursos y cuidar el ambiente

Con un uso racional del agua, la producción porcina en confinamiento produce alrededor de 25 litros de residuos líquidos diarios por cerdo. “En promedio generan de 5 a 6 litros de efluentes los animales y, sumando el agua, estamos en los 20 o 25”, señaló el técnico de Marcos Juárez. Un criadero de 100 madres, por ejemplo, tiene un promedio mensual de 1.000 cerdos y aproximadamente 20 mil litros de efluentes diarios. Por el contrario, sin una utilización racional, “esta cifra se podría multiplicar por dos”, advirtió.

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Frente al volumen que demanda la actividad, es necesario tratar el agua que se utilizó, para que reúna las condiciones que las normativas ambientales establecen para volcarla a un cauce natural, aplicarla al riego o reutilizarla en el mismo criadero.

Del mismo modo, para usar el efluente como abono agrícola, “es necesario considerar la composición del mismo, especialmente el contenido en macronutrientes y hacer un correcto análisis del suelo”, dijo Sosa.

En el uso de la excretas de cerdo para fertilización de cultivos agrícolas, el nitrógenos es el componente más importante en cuanto a nivel de aporte –es el principal nutriente que determina la productividad de los cereales en la Región Pampeana–, pero además es el que presenta mayor riesgo ambiental.

Si el residuo no se entierra en un plazo razonable o no se realiza un adecuado tratamiento, entre el 70 y el 80% del nitrógeno se pierde por volatilización. En cambio, si es incorporado al suelo “es soluble y, por lo tanto, susceptible de ser absorbido por los cultivos”, indicó Panichelli. “Hacer un buen manejo implicaría reducir pérdidas de nitrógeno y poder contar con un material más rico”, agregó en referencia a su capacidad fertilizante.

Cuestión de manejo

Para su utilización, los residuos requieren un tratamiento de estabilización que comienza con el almacenamiento en tanques, fosas o lagunas. Si bien hay distintas alternativas, en función de factores ambientales –clima o ubicación de la napa freática–, características del efluente y otras variables como aspectos económicos, técnicos, legales, ubicación y tamaño del establecimiento, Panichelli dijo que, en cualquier caso, “el camino es la separación inmediata de sólidos y después hacer un tratamiento en el sistema de laguneos tradicionales, para bajar la demanda biológica de oxígeno (DBO)”, medida que se usa para regular las normativas ambientales.

Como primer paso, mediante operaciones físicas como el filtrado, el tamizado y la sedimentación, se separan la fracción sólida –estiércol y restos de alimento– de la líquida –orín y agua de lavado–. Luego, el sólido puede disponerse en canchas de secado o en lugares para el almacenamiento, mientras –mediante procesos biológicos y químicos– se eliminan del líquido los restos que persisten en suspensión, los compuestos biodegradables y nutrientes, principalmente nitrógeno y fósforo.

“En el tratamiento de estos efluentes hay distintas alternativas, desde el sistema de laguneo clásico, como puede ser la laguna anaeróbica, facultativa y aeróbica”, dijo Panichelli. Si bien hay diferentes opciones, los tratamientos biológicos pueden dividirse en procesos aerobios –se dan en presencia de oxígeno–, anaerobios –se dan en ausencia de oxígeno– y facultativos, que pueden funcionar en presencia o ausencia de oxígeno molecular.

Las lagunas de estabilización operan como grandes reactores excavados en la tierra e impermeabilizados, donde se remueven los contaminantes y patógenos. La secuencia típica es de tres lagunas interconectadas: una anaeróbica, seguida por una facultativa –en estas dos etapas se degrada el 95% del DBO– y, al final, otra aeróbica o de maduración, que remueve patógenos y nutrientes.